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La única verdad evidente es que no les gustan los inmigrantes

El cuatrimestre pasado, cuando llegamos al tema de la inmigración en la asignatura de Políticas Sociolaborales que imparto en la licenciatura de Ciencias del Trabajo, encargué a mis alumnos un trabajo. Tenían que buscar una serie de datos en esa materia para que, cuando llegara el momento de debatir en clase, la discusión no entrara en una espiral demagógica sin más fundamento que percepciones y prejuicios subjetivos sino que girara en torno a cifras y tendencias, es decir, en torno a lo objetivo, a lo que se puede medir y pesar.

Creo que el resultado fue más que aceptable, según me confesaron algunos de ellos, y también creo que cualquiera de ellos podía estar ahora escribiendo lo que sigue porque a estas conclusiones llegaron entre todos.

Y es que hay que ser un demagogo sin vergüenza o un sinvergüenza demagogo (tanto monta, monta tanto) para que cuando te ofrecen la oportunidad de rectificar una frase que bordea, si no traspasa, lo xenófobo como fue aquélla de “la mano de obra inmigrante no es cualificada. Ya no hay camareros como los de antes”, lo único que se te ocurra decir sea “es una verdad evidente que la inmigración está poco formada”.

Tan alto honor le corresponde a quien fue Ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación del Partido Popular y actualmente es su secretario ejecutivo de Economía y Hacienda, Miguel Arias Cañete.

Si este prócer de la integración y cohesión social hubiera acudido a los debates que tuvimos en clase sobre el tema de la inmigración sabría que, según los datos proporcionados por la Encuesta de Población Activa y el Instituto Nacional de Estadística, los inmigrantes que recibe España, incluidos aquellos que provienen de fuera de la Unión Europea, están en promedio más formados que la propia población española.

De hecho, más del 72% de los inmigrantes de fuera de la Unión Europea y casi el 87% de los que provienen de la Unión Europea tienen estudios secundarios o universitarios, frente al 66,5% de la población nacional.

Por lo tanto, ni es una verdad evidente ni siquiera es una verdad a medias ni tampoco la convierte en verdad el que se haga la afirmación con rotundidad, como si fuera verdad.

Básicamente es una mentira del tamaño de una plaza de toros, que decimos en mi pueblo, y ahora, de haber sido mi alumno, estaría preparándose la asignatura para septiembre.

Un comentario a “La única verdad evidente es que no les gustan los inmigrantes”

  1. Ya se sabe que el exceso de alimentación cárnica produce alteraciones neuronales. Y más si te pasas una temporada hartándote de filetes de vaca loca.

    Xenofobia, sí, y del mismo cariz que la que ciertos “muy honorables” altos responsables de Catalunya, ya jubilados, han proclamado más de una vez (escribo desde BCN), acerca del nivel profesional de los camareros.

    Este asunto de capacidades y migraciones hace años que lo vi clarísimo, gracias a una intervención-pregunta que hizo el ya fallecido Ramón Margalef (catedrático emérito de ecología en la UB). Era una conferencia sobre marcadores genéticos del meso-neolítico europeo, a cargo de J. Bertranpetit. Las gráficas de presencia de ciertos marcadores dibujaban -superpuestos en un mapa de Europa- interesantes similitudes con las gráficas habituales de prehistoriadores, arqueólogos y paleontólogos acerca de la llegada de la agricultura, la alfarería, la metalurgia (las culturas y civilizaciones, en definitiva).

    Margalef, ya bastante mayor, y que había estado en actitud aparentemente de somnolencia, se levantó e intervino, más que preguntando, aportando a un hipotético debate que no se dio. Comentó que a la vista de la evidencia (genética, y arqueológica), si no deberíamos comenzar a ver (como científicos, y como personas) que el factor inmigración es un factor adaptativo, una ventaja competitiva. Justo por aquel entonces, 1994-95, empezaba a ser frecuente la llegada evidente de inmigración, casi siempre asociada a discursos de “necesidad” o “dificultad”. Bertranpetit ni se enteró de la “pregunta”, estaba solo con sus marcadores genéticos en la cabeza, y ni se le ocurrió elucubrar sobre implicaciones sociológicas.

    Yo me di cuenta que el viejo no iba nada equivocado. La emigración es un proceso muy duro y selectivo. Solo los que llevan consigo una alta capacitación (formativa, fisiológica, social,…) son capaces de afrontarlo, y superar con éxito el proceso. Y naturalmente, cuando un colectivo (manada, rebaño, tribu, etc.) decide emprender viaje y marchar a tierras promisorias, no irán a parar a páramos inhabitables. Buscarán -y la mayoría encontrarán- espacios donde mejor poder prosperar.

    Por tanto, respecto de la nueva población inmigrada, tres conclusiones:

    Si han venido, es porque han podido venir. No es nada fácil ni sencillo. Y no hemos sido nosotros los que los trajimos, sino ellos con su esfuerzo los que se desplazaron. (Hago excepción de las adopciones internacionales de criaturas. En Barcelona hay miles de niñitas catalano-chinas).

    A pesar de llegar casi sin “reservas socio-vitales” (ahorros, amigos, círculos de contactos profesionales, habilitaciones profesionales, etc.), y de no ponerles las cosas nada fáciles -por no hablar en ciertos casos de puro y simple bloqueo institucionalizado-, actúan y prosperan en nuestro entorno con iguales, o superiores, capacidades de avance personal y progreso.

    Y finalmente, el “hecho científico” nos dice, ya sea con genética, arqueología, historia, etc., que si una población llega a un lugar, y progresa, se queda y mantiene. Nadie se va (sociológicamente hablando) de donde se está bien y se tienen posibilidades de avanzar y mejorar.

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Alberto Montero