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Pena por los crédulos (texto de Javier Ortiz)

Ando estos días muy liado terminando unos informes sobre el proceso constituyente en Bolivia y no tengo tiempo apenas para escribir de otra cosa. 

En cualquier caso, la suerte es que siempre hay alguien que escribe lo que a uno le gustaría escribir y mejor de lo que uno lo haría. Ese es el caso de mi admirado Javier Ortiz, a quien leo casi diariamente.

En esta ocasión, hace un par de días publicaba esta columna en Público sobre los gurús de mi gremio que no tiene desperdicio.

Suscribo sus palabras una por una. 

“Hace algo así como un par de años, algunos conocidos míos muy sesudos empezaron a decir que España se había metido en una enloquecida espiral inmobiliaria de futuro más que incierto.

Los gurús de la economía oficial respondieron tildándolos de catastrofistas ignorantes y afirmaron que de eso, nada: que habíamos entrado, sin más, en un plácido proceso de desaceleración que podía resultar incluso positivo. 

Yo no dije ni pío, no sólo porque soy un perfecto ignorante en materia de economía, sino porque, además, sólo confío en las ciencias exactas, como el periodismo.  

El periodismo es una ciencia exacta: basta con ver los teletipos del día para saber por dónde saldrá mañana cada medio, y hasta para prever el orden jerárquico en el que proporcionará las noticias, de acuerdo con su particular escala de valores (si se me permite la expresión).  

La Historia es también una ciencia bastante exacta. Por ejemplo, permite fijar sin apenas margen de error que la economía estadounidense se dio una galleta de mucho cuidado en 1929, no sólo por el desplome de la Bolsa, sino también por la concurrencia de otros factores negativos, como el estallido de su particular burbuja inmobiliaria. 

La economía, en cambio, es una disciplina realmente indisciplinada. Me consta que muchos supuestos expertos en esa pretendida ciencia viven en estado de perpetua perplejidad, aunque intenten disimularlo. Y he comprobado también que lo que aseguran que saben está casi siempre condicionado por sus propios intereses, personales o corporativos. Se limitan a anunciarnos en plan pomposo que sucederá lo que a ellos les vendría bien que sucediera. Luego, cuando lo que acontece no es ni por el forro lo que anunciaron, retoman su apariencia profesoral y cobran un pastón por explicar por qué ha acabado sucediendo lo que habían descartado, o ni siquiera evaluado. 

Es una farsa que resultaría bastante risible si no fuera porque un montón de gente de pocos recursos se fía de ellos y embarca sus ahorros en aventuras aparentemente sólidas que luego se hunden en la miseria. 

Claro que, de no haber crédulos, ¿qué sería del mundo de los negocios?  

¿Y del de la política?”

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Alberto Montero