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Feliz 2012

Con unos días de retraso impuestos por mí mismo para alargar un descanso que me ha sido muy necesario con vistas a recargar pilas para lo que nos espera, un año malo como pocos, comienza la andadura de este cuaderno este año.

Yo he aprovechado estas fiestas para oxigenarme un poco y tratar de salir de esa especie de bucle gris en el que me había metido tanta lectura y charla sobre la crisis. No es que reclame la felicidad del ignorante pero tampoco deseo caer en una depresión por culpa de una crisis que, precisamente, está  impactando sobre la salud mental de miles de ciudadanos. Así que, como les prometía a mis alumnos el último día de clases, seguiré escribiendo y hablando sobre ella tratando de alejar la amargura que provoca contemplar cómo se destruyen ante nosotros las estructuras del bienestar que tanto trabajo costó levantar y que tanta desigualdad permitieron erradicar.

El oxígeno lo busqué durante unos días en la decadente Lisboa, la capital del rescatado Portugal, en donde, salvo porque el alumbrado de Navidad brillaba por su ausencia (lo cual no deja de ser algo de agradecer), la apariencia era de absoluta normalidad: la saudade flota en el aire y en los bares del Bairro Alto se puede pasar el fin de año rehuyendo el triste fado para alegrar el espíritu con bossa nova o jazz latino convenientemente regados de caipirinha.

Aunque también debo reconocer que para mí Lisboa es impensable sin la música de Madredeus como banda sonora y esta vez, además, la acompañé de la relectura de “Réquiem”, esa onírica novelita en la que Antonio Tabucchi arregla cuentas con su pasado y sus fantasmas mientras recorre Lisboa en un tórrido día de julio.

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Alberto Montero