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De La Paz al Chapare

Este trabajo tiene muchas ventajas. Entre ellas, esta semana pasada pude disfrutar de acompañar a la ministra de Desarrollo Productivo y Economía Plural a recorrer las distintas empresas públicas productivas instaladas en la región tropical del Chapare, una de las más pobres del país. (Sí, sorpréndete, en este país se piensa, con buen criterio, que el Estado no tiene por qué ser un mero regulador sino que también puede intervenir en lo que a producción se refiere).

Durante tres días pudimos visitar distintas plantas y ver en qué condiciones se encontraban y se producía; pude ver en la ministra la ilusión y el cariño con el que las recorría y cómo me trasladaba su entusiasmo por esos proyectos que venían a poner una humilde pieza en el proceso de recomposición de la capacidad productiva del Estado que las décadas de neoliberalismo habían desmantelado. Supe de toda la problemática que implica poner en marcha un proyecto productivo orientado a ser transferido a las comunidades cuando éstas y sus lógicas de producción están contaminadas por el capitalismo y el afán del máximo lucro, cómo se les soborna y pervierte, cómo es necesaria para la revolución productiva que el país requiere actuar también sobre las conciencias de los productores y crear un sujeto productivo no nuevo, porque se trata de apelar a formas de relacionamiento económico presentes desde siempre en el modo comunitario de producción, pero sí depurarlo de todas las lógicas individualistas con las que los años de neoliberalismo las han pervertido.

Pero no todo fue trabajo y el viaje de tres días por el Chapare estuvo repleto de momentos difícilmente olvidables, de esos que me gusta dejar anotados en este cuaderno para recordarlos al releerlos.

Difícilmente podré olvidar (seguro que Teresa tampoco) al representante chino de una de las empresas que estaba montando una de las plantas productivas y que, más allá de la locura de sus propuestas para el país expresadas en un boliviano chapurreado, expresó sin demasiado pudor la lógica del nuevo imperialismo chino que, por otra parte, es la misma que ha nutrido todos los imperialismos hasta nuestros días: comprar materias primas y vender productos transformados. Para qué producir, nos decía, si la producción genera contaminación y cáncer. No se industrialicen, basta con que nos vendan los recursos naturales, nosotros los transformamos, cargamos con la contaminación y se los vendemos. Todo ello mientras bebíamos cerveza, disfrutábamos de una parrillada y reíamos hasta que el chino se puso cansino. Porque también hay chinos cansinos, por mucha cultura milenaria que lleven a sus espaldas.

Difícil será también olvidar la visita al jefe de una comunidad de apicultores y cómo nos ofreció miel directamente de los panales, en medio de un calor tórrido, mientras expresaba su emoción porque, por fin, el Estado iba a poner una planta de tratamiento de miel en la región e iban a poder escapar de la tiranía sobre el precio que imponían los intermediarios. Una emoción que se unía a la ilusión de los cuatro técnicos encargados del proyecto y que le expresaban a la ministra la importancia que iba a tener el centro para la vida de las comunidades de apicultores del Chapare. Pero una emoción que, al mismo tiempo, contrastaba con la tristeza que reflejaba en su rostro, horas más tarde, uno de los dirigentes de una planta de tratamiento comunitario de miel que llevaba cuatro años cerrada y que ese día iba a ceder en comodato al Ministerio en tanto se terminaba de construir la nueva planta. Era el reflejo de la derrota, de la imposibilidad de haber podido mantener vivo un proyecto en el que había empeñado su vida. Era la expresión más evidente de cómo se venían abajo proyectos que eran en su esencia autosostenibles pero que la cooperación, en su afán por mantener su espacio y celosa de sus capacidades técnicas, arruinaba al no transferir esas capacidades a quienes debían seguir adelante con el proyecto, los comuneros. Cuando cayó la cooperación, cayó el proyecto. Una cooperación que genera dependencias en lugar de soberanía. Esa cooperación también existe y es de todo menos beneficiosa.

Y, finalmente, también serán difícil de olvidar los momentos de relax en torno a la mesa o al borde de una carretera, probando el sabor del tatú (armadillo) o del jochi (una especie de roedor de monte con una carne muy sabrosa) o del sábalo o el surubí de río y todo ello regado con la rica cerveza Paceña tropicalizada. Y tampoco a olvidar los ricos jugos de coco o de copoazú, el llamado cacao blanco del Amazonas, que, sin embargo, tiene  un cierto regusto a cítrico cuando se prueba licuado con agua en el puesto de jugos del mercado de Villa Tunari, por ejemplo. No dejéis de probarlo quienes tengáis la oportunidad de visitar aquellas tierras.

(La foto es mía: así secan las hojas de coca a la entrada de las viviendas visto desde la carretera y en marcha, sorry).

secando coca

Un comentario a “De La Paz al Chapare”

  1. Qué bonita estampa.Me recuerda a las vainas de alubias que se secan al sol al lado de las casas donde yo vivo(sí,es un pueblo pequeñito).Me gusta la frase “una cooperación que genera dependencias en lugar de soberanía.Sí,esa cooperación también existe”.Y es que el proyecto era autosostenible,de modo que e de suponer…¿que no hacía falta ahí la cooperación?.No tengo muchos datos…También hablas de las lógicas individualistas que al final nos hunden,aunque solo sea porque todos los “yos” NO pueden ganar,je,je.

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Alberto Montero