Adiós a Caracas
Escribo esto en algún lugar sobre el Atlántico atravesando una noche oscura y sin luna. Atrás ha quedado ya Caracas y, como siempre, se me ha hecho difícil abandonarla.
Los pensamientos y sentimientos bajando hacia Maiquetía han sido similares a los de otras veces, marcados por la angustia propia de quien se aleja de un lugar querido sin tener certeza de cuándo retornará.
Al olvido ya han pasado las jornadas de trabajo agotadoras, las reuniones interminables, la falta de sueño, la desesperación cuando ves que, con casi todo a favor, se hace tanto tan mal.
Ahora sólo queda el recuerdo melancólico de los amigos que dejo atrás, los de siempre y los nuevos, los mismos de los que acababa de despedirme prometiéndoles un pronto regreso; el sabor del ron de madrugada cuando, agotados, tratábamos de encontrar en el alcohol un cierto orden a tanto surrealismo; el frenesí de la vida que mora en sus sucias calles siempre atronadas por ritmos caribeños; la triste belleza de los ranchitos y sus luces titilantes cuando cae la noche y todo lo envuelve el canto en código morse de unos grillos que nunca he visto; o las risas durante las cenas, en alguno de mis restaurantes favoritos, bromeando sobre el documental que podría hacerse con esta cuerda de locos intensos que andamos de un lado a otro de este océano partiéndonos la vida.
Sí, atrás quedó Macondo. Y lo único que deseo en estos momentos es que aquello que cantaba Chavela Vargas con voz desgarrada y triste sea cierto y uno siga volviendo siempre a los viejos sitios en que amó a la vida.