“Resolviendo” para llegar a Uyuni
Si algo he aprendido en mis viajes por América Latina es la importancia que en casi todos esos países tiene el verbo “resolver” y lo bien o mal que seas capaz de conjugarlo.
Esa expresión en Suiza, por ejemplo, carece del sentido que le dan los latinoamericanos. Allí todo funciona como un reloj y, en consecuencia, está resuelto de antemano: los trenes llegan a su hora, las huelgas se convocan previo trámite administrativo, el gobierno las autoriza con tiempo para que los ciudadanos puedan reorganizar su vida, las reservas de los hoteles se hacen para que cuando uno llegue pueda disponer de habitación y hasta los autobuses tienen un límite máximo de pasajeros que pueden viajar en ellos.
Habrá quienes consideren que ese grado de previsibilidad es de un aburrido insoportable y habrá quienes piensen que es un avance de la civilización semejante al descubrimiento del fuego. Ya se sabe que hay gustos para todo. En cualquier caso, creo que hay términos medios que permiten que ni la vida sea tan aburrida ni que se tenga que convertir en una aventura permanente.
¿Que a qué viene todo esto? Pues viene a que el domingo pasado tenía todo perfectamente programado para viajar a Uyuni y perderme tres días del mundo conociendo su Salar (el lugar donde, según dicen, se concentra la mayor energía cósmica del planeta, que no digo que no, pero también se concentra mucha sal y no hay que ser muy místico para darse cuenta) y las lagunas de los desiertos de la Reserva Eduardo Avaroa (en donde, como habréis imaginado, lo que se concentra es agua rodeada de mucha arena y piedra). [Sigue leyendo →]