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La batalla para recuperar la lucha, en el Día del Trabajo

Hoy, Día del Trabajo, creo que puede ser apropiado dedicar este apunte a ese tema y recuperar el prólogo del libro “El huracán neoliberal. Una reforma laboral contra el Trabajo” de la Fundación CEPS que presentaba ayer en este cuaderno.

Feliz Día del Trabajo, esa especie en extinción, a todas y todos.

 

La batalla para recuperar la lucha

Vivimos tiempos convulsos con perspectivas de empeoramiento continuado. Quien no pueda entender esto es que no ha comprendido aún cómo se ha transformado en tres o cuatro años ese mundo de bienestar y ciertas seguridades precarias en el que vivía.  Si ese es su caso me atrevo aconsejarle que trate de hacerlo cuanto antes para que cuando la ola llegue, primero en forma de Presupuestos Generales del Estado y, posteriormente, como políticas de continuidad y profundización en la austeridad, no se encuentre perdido en un mundo que ha dejado de entender y carente de argumentos para enfrentar las luchas de resistencia que se nos vienen y en las que, necesariamente, muchos deberemos compartir trincheras.

Puede que no hayamos aprendido nada del pasado; puede que quienes contamos que todo esto ya ocurrió durante la década de los noventa en América Latina (mismas políticas, mismos actores y mismos resultados) seamos sistemáticamente silenciados y se nos trate de rebatir diciendo que eran otros tiempos y otras sociedades, mucho menos avanzadas que las nuestras y que, por lo tanto, aquí no puede suceder. Y si entonces respondemos con lo que está ocurriendo en Grecia se instala un silencio incómodo y, aunque ahora sí sean los mismos tiempos y similares sociedades, se nos trata de rebatir argumentando que tampoco es el caso; que los griegos no son como nosotros; que son mucho más corruptos, despilfarradores, juerguistas, mentirosos.

No haber aprendido nada del pasado puede ser doloroso; no hacerlo del presente es suicida. Y parece que esa es la senda por la que transitamos. Como los lemmings, esos roedores de las praderas árticas de los que se dice que se suicidan en masa arrojándose al mar, estamos al borde del abismo y ante un dilema: o reaccionamos y rompemos esa tendencia hacia el suicido como mecanismo de regulación social  hacia la que nos quieren inducir (cuantos menos seamos a más migajas cabremos) o seremos sacrificados en aras de la salud de los mercados, del equilibrio presupuestario y de las cuentas de resultados de los bancos. Fines todos ellos de lo más excelso, como pueden imaginar.

Y cuando explícitamente introduzco en la reflexión alusiones a temas tan lúgubres  como la muerte no lo hago gratuitamente ni por una tendencia congénita como economista hacia la misma (como muchos de ustedes sabrán, Carlyle ya hablaba en 1849 de la economía como una ciencia lúgubre y desde entonces poco la hemos alegrado); lo hago porque en esta misma semana hemos conocido, por ejemplo, que el impacto sobre la sanidad pública de los programas de austeridad contra la crisis han incrementado la tasa de mortalidad en Portugal o que la esperanza media de vida de la generación actual en Grecia se verá reducida en dos años precisamente por las mismas circunstancias.

Deténgase ahora y trate de responder a alguna de estas preguntas: ¿son tan distintos los portugueses y los griegos de los españoles? Qué ocurre allí que aquí no pueda ocurrir, ¿que han sido rescatados? ¿Y quién le dice a usted que aquí no puede llegar ese momento? ¿Cree que se pasó de la confirmación de la existencia de una crisis al rescate sin un periodo transitorio previo durante el que cada nueva medida de ajuste implicaba un empujoncito más hacia el abismo a pesar de que se anunciaba como una medida para tratar de evitarlo? ¿Por qué las medidas de austeridad, diseñadas para evitar el rescate, acabaron en rescate? ¿Por qué el rescate desemboca en otro rescate (el segundo ya aprobado en Grecia y en el aire para Portugal)? ¿Hay vida después del segundo rescate o será necesario un tercero? Y, ¿cuándo pararán los rescates? ¿Cuántos derechos sociales, proyectos de vidas frustrados y sangre en las calles será necesario sacrificar para que toda esta violencia estructural contra la mayor parte de la población se detenga?

El libro que tiene en sus manos no da respuesta a todas esas preguntas pero sí lo hace a una fundamental, probablemente a la más importante, porque en torno a ella se articulan todas las demás. Si por algo es necesario este libro en estos momentos es porque da muchas claves para poder responder a esa gran cuestión que ha sido hurtada al debate contemporáneo sobre el estado de las relaciones económicas y sociales en nuestras sociedades en crisis. Cuál es esa cuestión, puede que se estén preguntando en estos momentos. Esa cuestión no es otra que la que se plantea en torno al estado en el que se encuentra la lucha de clases entre capital y trabajo en estos momentos.

Y la enfrenta abordándola desde el análisis del principal campo de batalla en el que esa lucha de clases se da: el de las relaciones laborales y las formas mediante las que el trabajo ha conseguido arrancar al capital mecanismos de protección que permitieran tratarlo de forma diferente a una mera mercancía que se compra y se vende en los mercados.

La ilusión de que la lucha de clases ha desaparecido y es una batalla obsoleta sólo se la han hecho creer a las clases trabajadoras; el capital siempre ha tenido clara su persistencia. Así lo enunciaba sin ningún pudor en una declaración pública uno de sus prohombres, el multimillonario Warren Buffet, cuando a la pregunta de si creía que la lucha de clases era ya un concepto obsoleto e inútil, respondía que evidentemente no, que la lucha de clases se mantenía, sólo que ahora la estaba ganando la suya.

Pues bien, de eso, precisamente de eso, trata el libro que usted está a punto de comenzar a leer: de cómo en España, mientras los trabajadores creíamos que estábamos dando un salto hacia la modernidad, dejando atrás nuestra condición de clase trabajadora para integrarnos en la mucho más posmoderna clase media, los mecanismos de erosión de las armas de combate de los trabajadores iban siendo aplicados de forma silente a golpe de reformas laborales sucesivas hasta llegar hasta esta última en la que se nos acaba por dar la puntilla.

Y así hemos llegado al peor de los mundos posibles: desideologizados y desclasados, desarmados y endeudados, vemos como ese espejismo de la clase media se desvanece ante nuestros ojos y la movilidad vertical descendente, como principal producto de los mecanismos institucionales y mercantiles de empobrecimiento de los trabajadores aplicados tanto en tiempos de crisis como de bonanza, se convierte en la dinámica social dominante.

Se impone, pues, una recuperación de la identidad de clase que requiere, como paso previo necesario, de la comprensión de cómo nos han arrastrado hasta aquí. De eso, sobre todo, trata este libro.

Creo que a sus autores, miembros de la Fundación CEPS y militantes de múltiples luchas sociales actuales, no podremos agradecerle suficientemente el esfuerzo que han hecho para ayudar a rearmarnos frente a la larga batalla por recuperar la capacidad de lucha que nos queda por delante. Les dejo con ellos.

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Alberto Montero