La otra economía » 2010 » July

Notas archivadas en ''

¿No quieres caldo? ¡Toma dos tazas!

Francia y Alemania, a la cabeza del fundamentalismo ortodoxo con el que pretenden prolongar la crisis a base de ajustes fiscales, acaban de proponer endurecer las sanciones para aquellos países que violen el Plan de Estabilidad y Crecimiento.

La noticia no sé si me da risa, miedo o ambas cosas a la vez.

Me da risa porque, precisamente, ambos países carecen de la legitimidad necesaria como para reclamar esa medida. Más allá de ser fundadores de la Unión Europea y las dos principales economías de la Eurozona son, también, dos países que se saltaron a la torera las sanciones del actual Pacto de Estabilidad cuando fueron ellas las que incurrieron en déficit excesivos. ¿Ahora vienen a pedir para los demás lo que no querían para ellos mismos?

Basta con recordar -¡malditas hemerotecas!-, lo que Schröder y Chirac decían en 2003, después de tres años consecutivos de incumplimiento del Pacto por ambos países. Decía por aquél entonces el canciller alemán: “Algunos erróneamente ven que el espíritu del pacto es asegurar sólo la estabilidad, pero es también un pacto para el crecimiento. No debemos abandonar el objetivo de la consolidación presupuestaria, pero el objetivo del crecimiento es tan importante como el otro y a veces se le debe dar mayor prioridad. Esa es la situación en la que nos encontramos ahora”. Es más, continuaban afirmando que, “somos unánimes en el rechazo de cualquier dogmatismo en cualquiera de los dos objetivos y creemos que, en la actual fase de la evolución económica, el énfasis sobre el crecimiento debería ser mayor, sin incluir la consolidación presupuestaria”. 

Ese era el espíritu del Pacto entonces, cuando los que estaban en recesión y agobiados tratando de estimular la economía eran ellos; ahora, como nadamos en la abundancia y pareciera que estamos en época de vacas gordas, pues debe primar el espíritu de la consolidación presupuestaria para todos. ¡Manda narices!

Y me da miedo porque la propuesta pone de manifiesto que la crisis se está enfrentando por la vía de profundizar en algunos de los elementos distorsionadores presentes en el diseño de la Unión Monetaria Europea en lugar de por la vía de su reforma y el avance hacia unos verdaderos Estados Unidos de Europa. Si no se apuesta por avanzar hacia una hacienda pública comunitaria y se sigue insistiendo en reformar la institucionalidad económica existente no sólo nuevas crisis aparecerán en el futuro sino que el papel de Europa en un contexto multipolar como el que se está configurando será de mera comparsa, es decir, no muy alejado del actual

Así que creo que la risa que tengo debe ser nerviosa.

La ministra de Economía se apunta al rojerío

Elena Salgado dice que ganar el Mundial será bueno para la economía española porque, según ella, “ganar un mundial es una prueba de que cuando nos proponemos algo, lo conseguimos, y que además nos crecemos ante las dificultades. Todo eso es bueno, da confianza en nuestro país, dentro y fuera, y eso también será bueno para el PIB”. ¡Toma ya análisis sesudo de la ministra de Economía del país cuya tasa de desempleo duplica a la de la media comunitaria!

Menos mal que no lo perdimos porque, si no, hoy mismo el resto del mundo se habría dado cuenta de que estamos en crisis, la Bolsa se habría hundido, el riesgo país se habría disparado hasta la estratosfera, el paro habría llegado a los cinco millones de desempleados e, igual, hasta el gobierno hubiera tenido que dimitir en bloque.

Además, ya puestos a ver lo bueno, también deberíamos haber valorado las posibilidades de haber perdido y, por si acaso, y dado que el futuro del país estaba en sus botas, tendríamos que haberles subido un poquito más la prima a los futbolistas. ¿Qué son 600.000 euros por defender no sólo los colores de tu país sino también por salvarlo de la hecatombe económica?

Pero lo que me parece más grave es que la ministra peca de un cinismo que se podía ahorrar cuando se atreve a plantear que el principal problema que subyace tras esta crisis es de confianza, es decir, de condiciones subjetivas ignorando que difícilmente puede ser de otra manera. Tratamos de convertir la economía en una cuestión de psicología barata olvidando lo básico: que las condiciones subjetivas cambiarán cuando, realmente, cambien a mejor las condiciones objetivas.

Y, si tiene dudas al respecto, que se siente con alguno de los más de cuatro millones de desempleados a los que seguro que les hace muy poquita gracia oír que el origen de su problema es que son unos desconfiados, que esto se arregla a base de ganar mundiales y que, tranquilos, que dentro de nada encontrarán empleo porque una victoria en el Tour de Francia está a la vuelta de la esquina.

Breve historia animada de Afganistán

Si ayer escribía sobre la ola de intolerancia con la que se trata de afrontar la cuestión del uso del velo en sus diferentes versiones por parte de las mujeres musulmanas, hoy os dejo con este precioso video animado de la campaña “Lo tienes que parar” en el que se revelan algunas de las causas que han generado la situación de opresión en la que viven millones de mujeres afganas.

La campaña denuncia la ley de amnistía que permitirá que en el parlamento afgano, y con la connivencia de Estados Unidos y la Unión Europea, se sienten los mismos señores de la guerra que han dominado el país durante las últimas décadas aterrorizando, masacrando y vulnerando los derechos de la población civil y, especialmente, los de las mujeres.

No os lo perdáis.

Sobre la prohibición del burka

Ante la oleada prohibicionista del “burka” que se ha producido en algunos municipios españoles en las últimas semanas, a pesar de que en muchos de ellos nadie ha visto a una mujer vistiendo ni siquiera un velo integral, creo que este texto de la Liga de los Derechos Humanos de Francia aporta bastante luz sobre un tema en el que se trata de combatir el fundamentalismo con fundamentalismo de signo contrario.

Del mismo creo que es oportuno destacar este párrafo: “Ahora bien, la libertad no se impone jamás por la fuerza; resulta de la educación, de las condiciones sociales y de una decisión individual; no se emancipa a la gente a su pesar, no se puede más que ofrecerles las condiciones de su emancipación. Para hacer progresar la igualdad y lo mixto entre los hombres y las mujeres, lo que es urgente es promover políticas en los terrenos educativos, salariales y profesionales, derechos sociales, un mejor acceso a la salud y al control de la procreación. Estos problemas conciernen a millones de mujeres en la Francia de hoy y no son en absoluto tratados de forma prioritaria. Un exceso de fijación sobre algunos centenares de casos no hace ciertamente avanzar la igualdad, que reclama al contrario volver a la solidaridad entre todas las mujeres”.

Hasta que no entendamos esto y lo pongamos en práctica difícilmente podrá superarse el problema al que se enfrentan esas mujeres a las que, mientras tanto, se dedican a estigmatizar aún más.

Contra la fantasía, de Santiago Alba Rico

Nuevamente Santiago Alba escribe uno esos magníficos artículos a los que, por otra parte, nos tiene acostumbrado. Su distinción entre la fantasía y la imaginación y su reivindicación de esta última frente a los excesos a los que puede conducirnos una política basada en la fantasía me ha resultado brillante.

¿Para qué sirve la imaginación?, se pregunta Santiago, “básicamente para ponerse en el lugar exacto del otro y para ponerse en el lugar probable de uno mismo. Mediante la pedestre imaginación sentimos como propio el dolor o la felicidad de los demás: eso que llamamos compasión y amor”.

Y si llegamos al final del artículo, seducidos por la fina trama del pensamiento de Santi, nos encontramos con la perla de su conclusión: “Lo raro -qué raro- es que a la fantasía destructiva del mercado la llamen realismo y a la preocupación por nuestros amigos y sus hijos la llamen utopía”.

Podéis disfrutarlo aquí.

Los corruptos son los otros

Haciendo gala de esa incoherencia entre el discurso y la acción que caracteriza la gestión de este gobierno, ayer conocíamos que a pesar del anuncio realizado por la directora general del Tesoro tras la cumbre del G-20 celebrada en Londres de que en España se iba a redactar una ley para combatir el blanqueo de capitales que superaba con mucho las directrices europeas, finalmente ésta no va a ser tan dura como se publicitó en aquel momento de euforia reformista del capitalismo.

Así, en un primer borrador, el gobierno planteó la necesidad de que las cuentas de los políticos españoles y sus familiares y allegados fueran objeto de una especial vigilancia.

Los motivos para justificar esa medida no creo que estén fuera del entendimiento y la intuición de cualquier ciudadano. Es más, si damos por buenos los informes que realiza Transparencia Internacional, entre 2004 y 2009 España ha caído 6 puestos en el índice que elabora esa institución hasta situarse en el lugar 28 de un total de 180 países, compartiendo el  honor con Qatar. Es decir, durante los años del boom inmobiliario el índice de corrupción de nuestro país ha empeorado de forma significativa.

Creo que a nadie se le escapa las relaciones de causalidad directa entre el boom inmobiliario, la implicación de numerosas autoridades municipales en la expansión de la corrupción vinculada a ese negocio, el empeoramiento del índice de Transparencia Internacional y el aumento del número de casos de esa naturaleza en los juzgados.

En consecuencia, no sería ningún disparate plantear que la propuesta de que las cuentas de los responsables políticos y su entorno estuvieran sujetas a una especial vigilancia como medida preventiva no resulta especialmente desatinada y, al menos, introduce un elemento disuasorio adicional tendente a favorecer, de alguna forma, el autocontrol.

Pues bien, nuestro gobierno, con el apoyo del resto de partidos políticos excepto IU-ECV (¡mira por dónde que para esto si se ponen de acuerdo casi todos!), han decidido que las únicas personas con responsabilidad pública que deben estar sometidas a ese régimen de vigilancia preventiva especial son “aquellas personas físicas que desempeñen o hayan desempeñado funciones públicas importantes en otros Estados miembros de la Unión Europea o en terceros países”. O, lo que viene a ser lo mismo: ¿a quién se le ocurre pensar que un político español pueda ser corrupto? ¡Vade retro! Los corruptos son los otros, que diría el equivalente hispano de Sartre, y es a ellos a quienes hay que vigilar. Los nuestros, simplemente por el hecho de serlo, están inmunizados frente a ese virus.

Sin embargo, aunque yo no tenga la menor duda de que la mayor parte de nuestros políticos son personas honradas que viven de su trabajo, ya sea en la política o en otros ámbitos, también creo que la expansión generalizada de la corrupción durante estos últimos años hubiera podido atemperarse estableciendo mecanismos de supervisión y regulación mayores y mejores que impusieran la transparencia como principio ineludible al que debe someterse cualquier cargo electo.

Las razones me parecen obvias: si desgraciadamente hemos dejado atrás una concepción de la política basada en comportamientos éticos intachables; si el virus de la avaricia del que se nutre el capitalismo ha calado tan hondo entre la población que ha anulado valores tan socialmente importantes como el del honor, la dignidad o el respeto por lo público, los ciudadanos nos vemos obligados a protegernos articulando mecanismos de supervisión frente a esa enfermedad. No nos queda otra.

Insisto, no se trata de cuestionar la honorabilidad de la mayor parte de nuestra clase política. No, no es eso ni yo la pongo en duda en términos globales. Se trata de asumir que dónde antes existían valores que refrenaban comportamientos moral y éticamente reprobables, ahora nos encontramos con un sistema económico que favorece la apropiación privada y particular, incluyendo también la ilícita, de la cosa pública. Y la favorece porque, entre otras cosas, minusvalora la importancia de ésta, cuestionando la gestión que de la misma se hace desde la política y fomentando, en consecuencia, su privatización. Una tendencia que encuentra su expresión más exagerada y extrema en la corrupción.

Y si, además, también pensamos que la ideología neoliberal dominante concibe al ciudadano como un ser racional, maximizador, egoísta y avaricioso; si se ha producido una mutación antropológica que está deteriorando aceleradamente los patrones de comportamiento sociales basados en la ética , entonces nos encontramos con un margen prácticamente nulo para pensar que la autorregulación de la política basada en valores de esa naturaleza puede constituir un freno suficiente para evitar la corrupción.

Aceptando matizadamente que ese es el estado de cosas actual, creo que es legítimo e, incluso, necesario que reclamemos de todos aquellos que se dedican a la política -en tanto que actividad vinculada al cuidado y preservación de la cosa pública, la de todos-, un plus de transparencia que en nada debiera resultar ofensivo para quienes deciden emplear parte de su vida en la misma. Y a quien no le guste, ya sabe dónde está la puerta y el tajo.

Interesante entrevista a Étienne Balibar

Comienza el verano y los periódicos empiezan a llenarse de frivolidades. Pareciera como si el mundo entrara en una especie de hibernación estival –perdón por el oxímoron- y nada de lo que ocurre en estas fechas mereciera ni la cobertura ni el análisis que se les concedería si no acontecieran en verano. El periódico se convierte en estas fechas en el mejor aliado para encender las barbacoas y son raras las perlas que podemos encontrar en su interior que nos llamen a la reflexión durante unos minutos de nuestro tiempo de asueto.

Leyendo este fin de semana Público me he encontrado con una de ellas altamente recomendable: la entrevista que Amador Fernández Savater realiza al filósofo marxista Etienne Balibar.

Aunque recomiendo leerla completa, en ella se plantean reflexiones tan interesantes acerca de los márgenes de la política, como la siguiente:

“Hay una correlación fundamental, a largo plazo, entre la manera en que se distribuyen las desigualdades sociales entre los “territorios” nacionales o en el interior de esos territorios, y las políticas puestas en marcha para incrementar su competitividad desde el punto de vista de la atracción de los capitales internacionales (por la presión sobre los niveles de los salarios o por la bajada de las retenciones fiscales que amenazan inevitablemente las políticas y las protecciones sociales). En esta perspectiva, los Estados podrían recuperar una parte al menos de su capacidad para determinar políticamente las condiciones económicas de la política: por ejemplo, optando por la defensa de un modelo de seguridad social. Pero este margen no tiene lugar más que entre límites muy estrechos: por un lado, el que proviene de que, en la economía globalizada, un modelo de desarrollo económico y social sostenido por el Estado no puede ser escogido a voluntad, por una pura decisión independiente de lo que hacen los otros; y el otro límite proviene de que las “elecciones” políticas en materia de desigualdades sociales (y en el límite de exclusión o inclusión de poblaciones enteras) son más o menos soportados pacientemente por los ciudadanos, es decir que se encuentran expuestas a los que antes se llamaba la lucha de clases”.

O la siguiente acerca de la naturaleza de la “Unión” Europea:

“Bajo pretexto de una armonización relativa de las instituciones y de una garantía de ciertos derechos fundamentales, la construcción europea ha favorecido la divergencia entre las economías nacionales que teóricamente debía unir en el seno de una zona de prosperidad compartida: unas dominan a las otras, ya sea en términos de porciones de mercado o de concentración bancaria, ya sea porque unas transforman a otras en sub-contratistas. Más que un mecanismo de solidaridad y de defensa colectiva de sus poblaciones, Europa es hoy un marco jurídico para intensificar la competencia entre sus miembros y ciudadanos”.

Y preguntado por las posibilidades de reinventar un proyecto emancipatorio de izquierda, su respuesta no puede ser más desazonadora al tiempo que el reto que plantea no puede ser menos tentador:

“Las cosas son menos simples y más inciertas de lo que quisieran los esquemas binarios, profundamente anclados en el imaginario de izquierdas. Es extremadamente dudoso que las fuerzas o los campos en las que se libra hoy la batalla política puedan ser definidos como “clases”, o incluso como antítesis entre un imperium capitalista y una “multitud” (o una masa popular) que sería su víctima y que, por ello, no espera más que una propuesta ideológica o un programa de organización para revolverse y abatir la potencia del dinero. Porque la multitud o la masa está implicada en el funcionamiento del capitalismo financiero desde el punto de vista de sus actividades (su empleo precario o estable, sus condiciones de trabajo…), de sus intereses materiales y de su supervivencia. Nada más falso que presentar un capitalismo financiero como un capitalismo parásito o “rentista”. Lo que la crisis de las subprimes ha puesto en evidencia es justo el hecho de que las condiciones de vida más elementales -en primer lugar, la vivienda- de toda la población, sobre todo la más pobre, depende inmediatamente de la generalización de las facilidades de crédito y de su capitalización por los bancos. No hay exterioridad alguna entre los intereses del capital y los de la población”.

Interesante, ¿verdad?

¡Es la deuda privada, estúpido!

Hoy publico en Público un artículo sobre una cuestión que creo que no se está exponiendo en los términos adecuados. Todo el mundo habla de que nos encontramos ante una crisis de deuda soberana y, aunque no niego que la deuda soberana se ha convertido en un problema importante (originado, no lo olvidemos, por los planes de rescate del sistema financiero), lo que sí que se hace es una lectura interesada que sitúa el centro de atención en ésta y obvia que lo que de verdad temen los mercados financieros es la posición de solvencia de las empresas españolas y su capacidad de atenderla.

Podéis leerlo aquí.

Alberto Montero