De vuelta a Bolivia
Lamento no haber tenido tiempo para avisar de que estos días iba a tener este cuaderno un poco más descuidado.
La razón, como anticipa el título de esta entrada, es que me encontraba viajando hacia Bolivia, en donde ya estoy, después de alguna peripecia en el camino propia de estos viajes plagados de escalas y que más vale olvidar. Como decía alguien que ahora no recuerdo quién era: lo malo de viajar es, precisamente, viajar.
Hace poco más de un año, por estas mismas fechas, el camino había sido el inverso, de retorno a España desde Bolivia. Los meses que viví aquí fueron un tiempo tan intenso como extraño, marcado por las altas dosis de magia que impregnan el mundo andino y sobre el que me he descubierto muchas noches pensando desde entonces para tratar de comprender, sin éxito, algo de ella. Una magia muy distinta a la caribeña, mucho más profunda, ancestral y hasta temible.
Como siempre, y pensándolo ahora, la vida aquí dio para mucho: para agotadoras sesiones de trabajo que se prolongaban hasta la madrugada en conversaciones cuajadas de risas y mojitos que, afortunadamente, acababan por destensar las mandíbulas y los nervios antes de irnos a dormir; para varios viajes por el país y alguna escapada a Perú; para descubrir el drama cotidiano de quienes carecen de todo y día a día tienen que proveerse de lo básico; para maravillarme cada noche con los cielos y la luna del Sur y cada día con la luz limpia y cristalina de Sucre.
Y también, como siempre, dio tiempo para hacer amigos algunos de los cuales son ya parte de mi geografía afectiva más querida y que se encuentra repartida, mucha de ella, por la extensa geografía latinoamericana.
Estos retornos carecerían de sentido si no estuvieran marcados por la alegría de los reencuentros con quienes te demostraron cariño cuando hubo momentos malos (que siempre los hay); con quienes compartí alegrías, tristezas, ansiedades, nostalgias, risas o llantos; a quienes uno se siente unido en sus convicciones más profundas y en sus luchas más cotidianas.
La excusa son las clases en el Doctorado, aliñadas con alguna conferencia y engordadas con otros compromisos públicos con los que esos mismos amigos te van rellenando la agenda conforme te vas acercando. Compromisos a los que uno no puede negarse en estos tiempos difíciles que les están tocando vivir; que nos están tocando vivir.
Este cuaderno será en estos días, quizás, un poco más personal o quizás no. Quién sabe. El cuerpo me irá dictando los ritmos y los contenidos con los que lo nutra. Vamos, que ahora que lo pienso, tampoco va a cambiar mucho la cosa.
(La foto es mía: un heladero con su hermanita en el mercado campesino de Cliza).