A Elena Salgado hay que atribuirle el mérito de haber sido la acérrima impulsora de la legislación antitabaco en nuestro país cuando fue ministra de Sanidad y Consumo antes de haber sido ministra de Administraciones Públicas lo que, a su vez, ocurrió antes de ser ministra de Economía (a eso se le llama polivalencia o, como dicen en mi pueblo, ser tan apañada que vale lo mismo para un roto que para un descosido).
Evidentemente, los fumadores pasivos agradecimos en un primer momento el que el gobierno se preocupara de los efectos externos que provocan los fumadores activos y que, de alguna forma, se protegiera nuestro derecho a no tener que inhalar las sustancias tóxicas que otros ciudadanos, también en el uso de su derecho a envenenarse como buenamente quieran, exhalan por su aparato respiratorio al que han decidido convertir en chimeneas.
Con el tiempo hemos visto que la medida tiene un alcance más que limitado y nuestro gozo fue a parar a un pozo. El margen de maniobra que dejaba para hosteleros y restauradores era tan amplio que, al final, sigue resultando difícil encontrar un local en donde comer o tomar una copa sin salir con medio pulmón ennegrecido.
Sin embargo, no todo van a ser frustraciones. A la industria tabacalera la ley de la ministra Salgado le parece tan cojonuda que han decidido promocionarla en el extranjero como el modelo a seguir y que otros países también la implanten.
No me negarán que no es el mundo al revés: las empresas tabacaleras, que deberían sentirse agredidas por los efectos que la ley tendría que estar teniendo en su negocio (y, de paso, en la salud de todos los españoles), encuentran que ésta no sólo no les perjudica sino que es el modelo a seguir en otros países para que sus beneficios no se resientan.
Es más, la ley está tan bien diseñada que hasta a las propias empresas les parece “poco efectiva y confusa”. Con lo cual, mira por dónde, al final coincidimos transnacionales tabacaleras y fumadores pasivos en su inutilidad: a ellas no les impide seguir haciendo negocio a costa de la salud colectiva y a nosotros no nos protege de morir envenenados por voluntad ajena.
Sólo me queda buscar el lado positivo de todo este disparate en el que se ha convertido una parte de la legislación española que se muestra especialmente empeñada en la sanción y no en la educación, que se encuentra más preocupada por el impacto mediático que por sus efectos reales y que pretende resultar tan conciliadora con todos los intereses en juego que, al final, nace media muerta.
Y es que, al menos, ya no sólo se nos conocerá fuera por nuestra oferta hotelera de sol y playas degradadas por la construcción salvaje; ni porque debajo de las piedras haya ya más políticos corruptos que alacranes. Ahora el turista debe saber que también se puede venir a nuestro país a echar el humo con alegría. Con un poco de suerte, las transnacionales tabacaleras –como hacen las farmacéuticas con los médicos- acabarán montando viajes organizados para venir a conocer la permisividad de la legislación española contra el tabaco y que luego impulsen iniciativas legislativas populares en sus países para copiarnos el modelo.
Así no me extraña que los ricos de este país se anden frotando las manos desde que Elena Salgado es ministra de Economía y Hacienda.
Tags: Política, España by Alberto Montero
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