Tengo un amigo librero que es un tesoro. Cada vez que nos encontramos y hablamos de los temas que a ambos nos preocupan, que no son pocos ni distantes de los que en estos tiempos nos preocupan a todos, siempre tiene alguna referencia bibliográfica interesante de la que nutre sus reflexiones. Hasta ahí todo es normal. Lo extraordinario es que cuando yo muestro interés por ese libro o le comento que lo conozco pero que aún no he podido pasar por la librería a buscarlo, sistemáticamente y a los pocos días, el libro aparece en mi casa.
El último día, por azares del destino, nos encontramos y almorzamos juntos en Sevilla. Durante la conversación salió a relucir el último libro de Josep Fontana (el anterior, “Por el bien del Imperio”, ya había llegado a mi casa de esa milagrosa manera). Su título es “El futuro es un país extraño” y, aunque conocía de su existencia, no había podido hacerme aún con él. Como por arte de birlibirloque, a los pocos días llegaba a casa y esta mañana, mientras tomaba café, lo abría y leía su prólogo.
Además de agradecerle a mi amigo librero sus muestras de amistad y cariño, esos pequeños gestos con los que convierte nuestra relación de amistad en un deuda de afectos permanente, quería recoger aquí una de las reflexiones con las que Fontana incita al lector, ya desde el prólogo, a devorar el resto de su libro; tarea que queda para el fin de semana. Dice Fontana:
“La mayoría de los políticos, sobre todo los de izquierdas, creen que la gente piensa siempre conscientemente y que ‘si se le dan los hechos, la mayoría razonará las conclusiones correctas’. En realidad el votante se alimenta de las noticias y los análisis que recibe de los medios de comunicación –periódicos, radios y televisiones- afines a su modo de pensar y de sentir. Comienza evaluando los hechos políticos emocionalmente, de acuerdo con un trasfondo de ideas morales que está firmemente asentado en su interior –la idea instintiva que todos tenemos de lo que es bueno y lo que es malo –‘y a partir de aquí la mente opera hacia atrás, llenando –o inventando- “hechos” que están de acuerdo con este trasfondo interior’.
Podría pensarse que este mecanismo actúa tanto para favorecer el voto a la derecha como a la izquierda; pero la izquierda no dispone del bagaje de medios de comunicación que puedan alimentar un modo crítico de pensar. (…).
La gran lección que hay que deducir de esta experiencia es que ningún avance social se consigue sin lucha: sin una confrontación que solo puede tener éxito cuando se basa en la conciencia colectiva de que no es lícito resignarse a una situación injusta, sino que estamos obligados a fijar en común unos objetivos de progreso y a luchar por ellos. Pero la formación de la conciencia de los seres humanos depende en gran medida de su capacidad de comprensión de la realidad social en que viven, y esta se encuentra hoy estrechamente condicionada por una información que se recibe esencialmente a través de los medios de comunicación de masas, que se dedican a difundir una visión conformista, tal como conviene a los intereses de su propietarios. La derecha ha aprendido a usar estos medios para repetir incansablemente tópicos simplistas y metáforas engañosas que se inculcan como verdades de sentido común, y se apresta, por otra parte, a destruir la educación públicas, ejercida por un profesorado independiente, para reemplazarla por un sistema administrado como una empresa, en que los enseñantes molestos puedan ser fácilmente silenciados” (pp.17, 19-20).
Dicho queda.
Tags: Mundo, Política, Europa, España, Economía by Alberto Montero
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