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Historia de la Villa de Potosí, de Bartolomé Arzáns

Pasear por la ciudad de Potosí es, en sí mismo, toda una experiencia que si, además, va acompañada de una visita al interior de las minas del Cerro Rico para descubrir cómo se sigue practicando la minería en condiciones similares a las de los tiempos de la Colonia se convierte en algo difícil de olvidar.

Pero si uno quiere hacerse una idea más cabal de cuál fue realmente la importancia de esta ciudad y de su Cerro es más que recomendable la lectura de la “Historia de la Villa Imperial de Potosí”, de Bartolomé Arzáns de Orsua y Vela, escrita en 1737 y que se inicia con esta deslumbrante y barroca descripción de la Villa de aquellos tiempos.

(La foto es mía en la Casa de la Moneda de Potosí)

Descripción de la Villa Imperial de Potosí, su topografía y cielo, con algunas de las grandezas y excelencias que goza

La muy celebrada, siempre ínclita, augusta, magnánima, noble y rica Villa de Potosí; orbe abreviado; honor y gloria de la América; centro del Perú; emperatriz de las villas y lugares de este Nuevo Mundo; reina de su poderosa provincia; princesa de las indianas poblaciones; señora de los tesoros y caudales; benigna y piadosa madre de ajenos hijos; columna de la caridad; espejo de liberalidad; desempeño de sus católicos monarcas; protectora de pobres; depósito de milagrosos santuarios; ejemplo de veneración al culto divino; a quien los reyes y naciones apellidan ilustre, pregonan opulenta, admiran valiente, confiesan invicta, aplauden soberana, realzan cariñosa y publican leal; a quien todos desean por refugio, solicitan por provecho, anhelan por gozarla y la gozan por descanso.

El famoso, siempre máximo, riquísimo e inacabable Cerro de Potosí; singular obra del poder de Dios; único milagro de la naturaleza; perfecta y permanente maravilla del mundo; alegría de los mortales, emperador de los montes, rey de los cerros, príncipe de todos los minerales; señor de 5000 indios (que le sacan las entrañas); clarín que resuena en todo el orbe; ejército pagado contra los enemigos de la fe; muralla que impide sus designios; castillo y formidable pieza cuyas preciosas balas los destruye; atractivo de los hombres; imán de sus voluntades, basa de todos los tesoros; adorno de los sagrados templos; moneda con que se compra el cielo; monstruo de riqueza; cuerpo de tierra y alma de plata (que con más de 1500 bocas que tiene llama los humanos para darles sus tesoros, siendo otros tantos ojos para ver sus necesidades, y tanta su liberalidad que les da el corazón por esos ojos); a quien las cuatro partes del mundo conocen por la experiencia de sus efectos, sus católicos monarcas lo poseen (¡qué mayor grandeza!), los demás reyes lo envidian, las naciones todas lo engrandecen, aclaman poderoso, aprueban excelente, ensalzan portentoso, subliman sin igual, celebran admirable y elogian perfectísimo; a quien procuran fogosos su acendrada plata, cortan el viento por adquirirla, surcan el mar por hallarla y trastornan por tenerla; a quien corren los pinceles y pintan en figura y hieroglífico de un venerable viejo con cana y luenga barba, sentado en el centro de su bien formada máquina, adornado de precioso vestido de plata, ceñidas sus sienes de imperial corona rodeada de triunfador laurel, cetro en la diestra mano, en la siniestra una barra de plata ofreciéndola a los pies de las reales armas que a su lado tiene, debajo de los suyos cofres de riquezas, piñas de su precios metal, barras y moneda, esparciéndolo con sus plantas. Pintan a la Villa en figura de hermosísima y grave doncella, sentada a la falda del Cerro, con riquísimo vestidos, adornando sus sienes imperial diadema, cetro en la diestra mano puesta sobre el mundo, y con la siniestra tomando barras del rico Cero unas en pos de otras para ofrecérselas.

Casa de la Moneda Potosí

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Alberto Montero