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De La Paz a El Calvario

Esta semana, aprovechando que ahora reside en Santiago de Chile, me ha visitado mi amigo bejarano Luís Martín Cabrera. Era su primer paso por este país pero estoy seguro de que no será el último. Como comentábamos tomando cervezas en una de estas noches, Bolivia es un destino de ida; una vez que la conoces es difícil resistirse a su magnetismo, capaz de atraerte por muy alejado que te encuentres de ella.

El domingo pasado nos escapamos al Titicaca. Casi cuatro horas en minibús le dieron para apreciar la dureza de la vida en el Altiplano. Disfrutamos del camino, comimos ispis con papa y mote mientras esperábamos para cruzar en Tiquina y llegamos a una Copacabana tomada por filas de coches y camionetas que esperaban para ser challados frente a la entrada de la iglesia.

Nos recompusimos con una deliciosa trucha del lago (muy recomendable la del restaurante del Hotel Estelar) y mientras paseábamos por la playa y deambulábamos por la ciudad, valorando si podríamos o no subir al Calvario, nos encontramos, sin darnos cuenta, resollando subiendo de estación de penitencia en estación de penitencia camino de la cima: gajes del oficio de pecador profesional.

Yo ya había subido antes pero nunca en agosto, mes de la Virgen de Copacabana. El esfuerzo mereció la pena, no sólo porque ya estoy purificado para varios años, sino porque la cima era un auténtico festival de sincretismo. El espacio estaba tomado por decenas de amautas que hacían sonar sus campanillas ofreciéndose para challar todo lo challable: familias, estudiantes, parejas de novios, representaciones de autos, de casas, de animales, de dinero, de ajuares de boda… Nunca había visto pasar un quirquincho sobre la cabeza de un niño para protegerlo frente a los malos espíritus, aunque sí había oído y visto challar a los amautas invocando a la Pachamama mientras rezan padrenuestros y avemarías, pasando del aymara o el quechua al castellano sin solución de continuidad, regando la tierra con cerveza mientras explota y se expande el olor a pólvora de alguna traca de petardos mezclado con el del humo de las maderas aromáticas cuyas brasas transportan de un lado a otro en pequeños infiernillos.

En esos momentos uno se da cuenta de lo poco que sabe de estos pueblos, de sus formas de relacionamiento, de los mecanismos de subsistencia comunitaria, de la solidaridad y la reciprocidad con la que nutren sus modos de convivencia, de los vínculos que establecen entre lo real y lo espiritual, de su vida interior y de su vida en común. No sólo se les ha explotado y colonizado, también se han ignorado y despreciado sus formas de vida, ignorando que las mismas les han permitido subsistir desde tiempos ancestrales en armonía con la naturaleza y resistiendo a los embates de quienes querían destruir su identidad. Es mucho lo que podríamos haber aprendido de ellos para estos tiempos grises que tenemos sobre nosotros pero la soberbia siempre ha cegado los ojos y el entendimiento de los colonizadores.

Y, mientras, los días pasan y las jornadas de diez y doce horas se acumulan aunque, al terminar, siempre hay tiempo para descubrir nuevos lugares donde tomar una cerveza o picar algo: La Chopería, el Café Cultural Etno o el patio central del Hotel Torino, todos ellos en los alrededores del Palacio Quemado, son algunos de los nuevos hallazgos. Sigo contento.

3 comentarios a “De La Paz a El Calvario”

  1. Me alegra que siga contento, que disfrutes de las largas jornadas de trabajo, que dispongas de tiempo para cervecitas y, en definitiva que estes recargando pilas para el arduo invierno. Tras leerte me ha venido, casi de forma automatica, a la mente el documental que nos pusiste sobre la mineria en bolivia y en el que se veıa parte de ese sincretismo del cual hablas asi como otros valores muy distintos de los que acostumbramos a ver por aquí, como el enorme esfuerzo que realiza un niño para sacar adelante a su familia, por haberse convertido en el cabeza de familia, y al mismo tiempo ir a la escuela.

    Me alegro de que lo estés disfrutando y pasando muy bien :D

  2. Leer tus lineas me produce envidia Alberto, envidia y añoranza.
    La envidia que produce desear aquello a lo que un día me acerque tanto y la añoranza de echarlo profundamente de menos.
    Hace muchos años y por cuestiones personales perdí la fe en el ser humano, necesitaba encontrarme a mi misma, recuperarme y volver a sentir que la vida tenia algún sentido para mi. Con una mochila y sin ilusión alguna, me fui a recorrer mundo, estuve en Bolivia, Perú, India y la selva de ecuador.
    Hoy has conseguido volver a trasladarme aquellos momentos vividos, momentos que nunca podrán salir ni de mis recuerdos, ni de mi corazón.
    Nos llamamos a nosotros mismos “civilizados”, cuan equivocados estamos, que poco respeto nos tenemos los unos a los otros, que poco compartimos, que materialistas y superficiales somos, verdad?.
    En Bolivia conocí a un anciano, como la mayoría de las personas allí, con medios muy escasos. Con el aprendí a valorarme y por consiguiente a valorar al otro, me enseño que el orgullo destruye mientras que la humildad nos hace grandes como personas.
    Esos ojos negros, esa oscuridad en la piel que a veces se me hacia fría y distante, escondía tanta ternura, comprensión, complicidad, tantas ganas de vivir y de compartirse conmigo; una extraña a quien a penas conocía y a la que dio tanto.
    Es grandioso poder tener la oportunidad de estar con esas personas, aprender de ellos y enriquecernos como personas gracias a sus enseñanzas.
    Hoy te agradezco las lagrimas que salen de mis mejillas y que vuelven a transportarme a aquellos lindos momentos, donde aprendí a ser persona por encima de todas las cosas.
    Disfrútalo e impregnate de todos los sabores, olores, del tacto que produce un abrazo y poder sentir lo que transmiten a través de su piel, observa la dulzura de su mirada y recoge todo aquello que pueda hacerte un gran hombre…….mucho mas de lo que ya eres.
    Se feliz……….

  3. Sinceramente, este tipo de alusiones personales del final del comentario de personas a las que no creo conocer no me hacen demasiada gracia.
    Saludos.

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Alberto Montero